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RELATO Nº 1: “MATEO”

 

Mateo tiene 24 años. 

Es un joven atractivo que llama la atención allá por donde pasa. 

Él lo sabe. 

Pero no siempre fue un joven admirado. 

De adolescente era el centro de todas las burlas de sus compañeros en el instituto. Le llamaban “palillo”, “maricón”, “plumas”. 

Cada día era el saco de golpes de muchos de sus compañeros, que lo arrinconaban a patadas y puñetazos sin poder hacer nada por defenderse. 

Él se prometió que iba a convertirse en alguien al que no pudiesen insultar. 

Él se prometió que algún día se vengaría y que les devolvería todos esos golpes. 

Comenzó a hacer ejercicio y al cabo de los años se convirtió en un hábito sin el que no podía vivir. 

Su cuerpo fue cambiando, tonificándose. Se convirtió casi en una obsesión a la que agarrarse. 

No quería volver a ser débil, vulnerable. 

Comenzó a darse cuenta de que la gente se giraba hacia él cuando pasaba por su lado. 

Se dio cuenta también, de que por fuera había cambiado, pero por dentro se seguía sintiendo igual. Las mismas inseguridades, los mismos anhelos, los mismos sueños, la misma forma de amar… 

De repente, un día, saliendo por un bar de ambiente, se encontró con un grupo de los que le pegaban en el instituto. 

No parecieron reconocerlo tras su enorme cambio. Sin embargo, un par de ellos, parecían estar demasiado interesados en él. 

¿Por qué ahora lo miraban y parecían desearlo, y años atrás lo trataban como si su vida no valiese nada? 

Volvió la ira, volvió la rabia, las ganas de venganza. 

Pero de repente se dio cuenta que ya no le hacía falta. Ya había conseguido su venganza particular. Ellos, que hacía unos años se sentían superiores, ahora pasaban por su lado sin parar y buscaban excusas para hablarle constantemente. Ellos que le hicieron sentir como si no valiese nada, ahora se peleaban por intentar conseguir rozar su piel. 

Ahí estaba su venganza, ellos nunca le conseguirían. Se estaban humillando solos con sus vulgares intentos de llamar la atención. Estaban arrinconándose en esa zona oscura de los pasillos, donde para Mateo, esta vez, ellos no valían nada. 

Mateo tiene 24 años. 

Es un joven atractivo que llama la atención por donde pasa. 

Y por fin ha conseguido vencer los fantasmas de su pasado y creer en él mismo. 

Le gusta sentirse atractivo, pero él sabe, que aunque en su día no lo viesen sus compañeros, su mayor atractivo está dentro de sí mismo. 

Él sabe que tiene un mundo por ofrecer, y ahora está preparado para ello. 

Lleva un rato mirando a ese chico con barba que toma el sol a su lado. 

Decide pasar por su lado, sintiendo su mirada clavarse en su espalda. 

Ya no es la persona insegura y con miedos que era. 

Ésta vez decide girarse. 

Ésta vez decide mostrar su mundo.  

 

RELATO Nº1. “MATEO” 

Ilustración y relato escrito por David Pallás Gozalo.

RELATO Nº 3: “JULIA Y SARA” 

Julia y Sara son amigas. 

Trabajan en las oficinas de una de las marcas más importantes de la Capital. 

Son respetadas y valoradas por su profesionalidad. 

Cada día entran y salen de la oficina juntas. 

Julia y Sara son más que amigas. 

Llevan 9 años al cargo de la sección de Marketing. 

Se conocieron en su puesto de trabajo. 

Cuando se quedan hasta tarde, trabajando, acaban besándose sobre la mesa de la oficina. 

Julia y Sara son amantes. 

Nadie en su trabajo lo sabe, ni lo sospecha. 

No lo mantienen en secreto por vergüenza, sino porque consideran que sus compañeros de trabajo no tienen derecho a conocer su intimidad. 

Sus amigos y familias lo saben. 

Julia y Sara son visibles. 

Pero ellas eligen para quién quieren serlo. 

Consideran que la vida sexual de cada uno, sea heterosexual u homosexual, sólo la deben saber las personas que para ellas merezcan la pena. 

Están orgullosas de su sexualidad y de la persona con la que la comparten. 

Julia y Sara son novias. 

Sólo una mirada les permite que sus almas se hablen. 

No pueden pensar en un amanecer sin el cuerpo de la otra enrollado entre sus piernas. 

Y la palabra “te quiero” se les queda corta. 

Julia y Sara son amigas, más que amigas, amantes, visibles, novias… 

Y lo que sólo saben ellas. 

Lo que las hace estremecer. 

Lo que queda entre las cuatro paredes de su dormitorio.

 

RELATO Nº 3. “JULIA Y SARA” 

Ilustración y relato escrito por David Pallás Gozalo.

RELATO nº 5: “ÁLEX” 

Álex vive desde hace año y medio con su novia. 

Son felices. 

Se quieren. 

Su vida sexual es plena y satisfactoria. 

Pero aún así, a Álex le gusta quedarse de vez en cuando solo en casa. 

Porque desde hace un tiempo, ha descubierto que con él mismo, se excita más que con nadie. 

Siempre realiza el mismo rito. 

Se coloca frente al espejo y se mira a los ojos un largo rato. 

Esa mirada le invita a comenzar a acariciarse. 

Su reflejo le incita a quitarse la camiseta. 

Le gusta verse con el torso desnudo. 

Nunca se ha sentido atraído por ningún hombre. 

Salvo por él mismo. 

Cuando se ve a sí mismo reflejado, siente que se encuentra con alguien como él. 

Y no puede evitar besar al cristal que lo refleja. 

Entonces comienza a acariciarse, mirándose. 

Recorre con la mano desde su pecho hasta el interior de sus bóxers. 

En ese momento cierra los ojos. 

El primer contacto de su mano en su sexo es el momento culminante del acto. 

Retrasa con caricias ese momento hasta que no puede más. 

Y entonces se zambulle en el interior de su ropa interior. 

Álex siente que nadie lo hace como él. 

A partir de ese momento la ropa pesa demasiado. 

Le gusta verse quitándose los bóxers. 

Jugando con él mismo a “te enseño, no te enseño”. 

Y de pronto se encuentra frente a alguien como él, completamente desnudo. 

Excitado. 

Empalmado. 

Y desde ese instante, juega con su cuerpo como si lo hiciese para la persona que le observa. 

Y durante un largo rato disfruta de él, y su reflejo. 

Sin prisas. 

Sin juicios. 

Explorando cada milímetro de su cuerpo. 

Sintiéndose libre para hacer cualquier cosa. 

Deseando que no acabe ese momento nunca. 

Hasta que finalmente, sentado en la cama y ligeramente inclinado hacia atrás, deja morir su pasión. 

Sin dejar de mirar a su reflejo. 

A su compañero. 

Sonriendo, por terminar los dos a la vez.

 

RELATO Nº 5. “ÁLEX” 

Ilustración y relato escrito por David Pallás Gozalo.

RELATO nº 7: “AALIF Y SERGIO” 

Sergio nunca ha creído en el matrimonio. 

Sus padres se divorciaron cuando él tenía tan solo 5 años. 

Vivió toda su infancia con su madre, y los fines de semana con su padre. 

Tuvo que ver una sucesión de segundas figuras paternas y maternas desfilar frente a su taza de desayuno. 

Su padre se casó de nuevo, y a los años volvió a divorciarse. 

En cambio, su madre consiguió la estabilidad con un profesor de literatura y no se casaron. 

Pero a día de hoy siguen juntos. 

Sergio pensaba que el matrimonio era innecesario. 

Que era una herramienta para quitar el oxigeno de una relación. 

“Yo nunca me casaré“, le dijo con 16 años a su madre. 

Ella le acarició el pelo y le dijo, “cariño, te sorprenderías de las cosas que nunca harías y acabas haciendo”. 

Y hoy, frente al concejal que va a casarle, recuerda esa frase y sonríe. 

Antes de conocer a Aalif nunca se planteó dar este paso. 

Tuvo historias con otros hombres, pero ninguno le llenaba del todo. 

Pero la mañana que conoció a Aalif, sintió que era distinto a todo lo anterior. 

Aalif entró a la tetería de Sergio, vestido con una camisa blanca de lino y unos pantalones Thai de color negro. 

Transmitía paz. 

Su forma de caminar, su estilo, su sonrisa, su voz… 

Sergio se puso tan nervioso que volcó una bandeja de dulces. 

Aalif le observó divertido con su penetrante mirada. 

Sergio le sonrió nervioso. 

Aalif se agachó a recoger lo dulces de miel junto a Sergio. 

No había nadie más en la tetería en ese momento. 

Había tal silencio que se escuchaban sus respiraciones. 

Recogiendo, sus manos se rozaron. 

Ambos se miraron, muy cerca. 

La piel de Sergio se erizó. 

Y de repente, sin prisas, al compás de sus respiraciones, sus labios se juntaron. 

Un escalofrío recorrió la nuca de Sergio cuando Aalif posó su mano sobre su rostro. 

Los segundos, los minutos pasaron. 

Y sólo existían ellos en medio del aroma de sus perfumes y el aroma a miel de los dulces. 

Cuando finalmente separaron sus rostros, Aalif, sonriendo, y acariciando la barba de Sergio, le dijo “Pinchas”. 

Y desde ese momento, Sergio tuvo muy claro que quería esos besos cada día. 

Que necesitaba esas caricias cada mañana. 

Y después de varios años, Sergio se sorprendió pidiéndole matrimonio en un mesa de su tetería, rodeados de dulces de miel. 

Y ahí se encontraban, rodeados de sus familiares y amigos. 

Justo antes de que el concejal les declarase marido y marido. 

Y en ese momento, sus labios volvieron a juntarse acompañados por aplausos y lágrimas de alegría. 

Y después de besarse, Aalif se queda mirando con gesto muy serio a Sergio. 

Sergio le mira a los ojos preocupado. 

Y entonces, Aalif rompe a reír y le dice, acariciando su barba, “Pinchas”. 

Entonces Sergio sonríe aliviado y vuelve a besarle. 

Mira a su madre y recuerda la frase que le dijo con 16 años. 

Y es que el hecho de casarse o no, no es indicativo de una vida feliz o infeliz. 

Es el hecho de poder elegir el camino que se quiere tomar. 

Y quién quieres que te acompañe a lo largo de él.

 

RELATO Nº 7. “AALIF Y SERGIO” 

Ilustración y relato escrito por David Pallás Gozalo.

RELATO nº 9: “SOFÍA, OMAR, PACO, LAURA Y ANDY” 

Sofía tiene 64 años. 

Tiene su vida más que solucionada. 

Un matrimonio feliz. 

Una casa espaciosa y bonita. 

Dinero para viajar a países que siempre ha querido ver. 

Y unos hijos con sus vidas hechas. 

E incluso nietos de uno de ellos a sus espaldas. 

Es por ellos por los que empezó su labor de voluntaria. 

Sus nietos están en la edad de comenzar a tener relaciones sexuales. 

Ella lo sabe, no es tonta y nunca ha tenido mentalidad conservadora. 

Por eso, un día se acercó a su nieto de 17 años y le preguntó, “¿Jorge, tú te proteges?” 

Jorge no entendió bien su pregunta en un primer momento, y a los segundos cayó en lo que quería decir. 

Su cara se puso roja como un tomate. 

“Ay, yaya, no me irás a dar la chapa con estos temas, ¿no?  Yo controlo”, le respondió. 

Error. 

Yo controlo no es la contestación que Sofía esperaba. 

No es la que se suele dar si lo haces. 

Se sentó a hablar seriamente con su nieto y se horrorizó ante el enorme desconocimiento de las ETS y la despreocupación ante ellas que la juventud tenía. 

Sintió que necesitaba hacer algo. 

Buscó información en Internet y encontró una asociación en su ciudad que trabajaba el tema. 

Se acercó a que le informaran y se dio cuenta (con cierta vergüenza) de todas las cosas que desconocía, pensando que contaba con toda la información. 

Necesitaba hacer algo más. 

Acabar con toda esa ignorancia generalizada sobre las enfermedades de transmisión sexual. 

Poner su grano de arena. 

Le ofrecieron participar como voluntaria. 

Participaba en charlas, repartía folletos, atendía dudas junto a las encargadas de la asociación. 

Se sentía viva. 

Y día a día era más consciente de lo necesaria que era esa labor. 

Lo grande que era el desconocimiento. 

Y conoció personas maravillosas. 

Como a Omar, un joven nigeriano homosexual que acababa de llegar a España y por fin podía afrontar las relaciones que deseaba sin miedo. 

Pero de las cuales tenía completo desconocimiento. 

O Paco, el entrañable sin techo que se acercó pidiendo ayuda a la asociación. 

No tenía dinero ni medios para protegerse en sus relaciones sexuales, que les contaba con mucho sentido del humor. 

Pero siempre acababa con infecciones en su zona íntima y tenía miedo de poder tener algo más. 

Afortunadamente no fue así, y desde ese momento, se iba pasando cada cierto tiempo por la asociación a por preservativos. 

Laura le devolvió la esperanza de que la juventud se podía preocupar por estos temas. 

Apareció una tarde con su novia, cogidas de la mano, sólo y simplemente para informarse. 

No les pasaba nada, ni habían vivido ningún factor de riesgo. 

Simplemente querían informarse. 

Y no volvieron más. 

Pero la persona que más le había marcado, con diferencia, había sido Andy. 

No era sólo por el hecho de que tuviese el VIH. 

Durante el tiempo que estuvo allí pasaron personas con todo tipo de enfermedades. 

Y desgraciadamente, no todos los casos acabaron bien. 

Pero el caso de Andy era diferente. 

Porque sintió como si fuese su nieto. 

Cuando llegó a la asociación, llorando, sin saber qué hacer, le dio la sensación de tener frente a ella al ser más desprotegido del planeta. 

Y quiso rodearlo con sus brazos y protegerlo. 

Su novia Evelyn, con la que llevaba 2 años, le había transmitido el VIH. 

Y los dos se habían enterado al quedarse embarazada ella y hacerse pruebas. 

Su caso era más sencillo porque tenía el VIH desde hacía menos tiempo. 

Pero su novia lo había tenido desde hacía varios años sin saberlo, con las consecuencias de ello. 

Su sistema de defensas estaba por los suelos, por eso últimamente siempre estaba mala. 

Y encima, ahora, venía un bebé de camino que también portaría la enfermedad. 

Sofía se implicó con este caso más allá de lo normal. 

Les acompañó a todos los médicos, a todas las pruebas, a todas las revisiones. 

Y los meses fueron pasando y la preocupación y los nervios hizo mella en la salud de Sofía. 

Hoy se encuentra ingresada en el Hospital, por problemas de corazón. 

Tuvo que abandonar lo que más viva le había hecho sentir en toda su vida. 

Tuvo que dejar de ayudar a toda esa gente, que ahora echaba tanto en falta. 

¿Qué sería de Andy y su familia? 

El médico le había prohibido hablar con la asociación para que su débil corazón no se alterase. 

Y una aburrida mañana de hospital, alguien llamó a la puerta. 

Por ella entró Andy, provocando un aleteo en su corazón. 

“Hola Sofía, cielo, perdona por no haberte venido a ver antes. Hemos estado ocupados”, dijo Andy. 

Sofía se tensó, ¿había pasado algo? ¿Estaban bien? 

Pero la sonrisa de Andy le tranquilizó. 

En los meses que le había conocido, nunca le había visto sonreír. 

“Hay alguien que quiere conocerte”, le dijo Andy abriendo la puerta y haciendo señas a alguien para que entrase. 

Por la puerta, entró Evelyn, con un precioso bebé entre sus brazos. 

Sofía se llevó las manos a la boca y se echó a llorar instantáneamente. 

Cuando lo tuvo entre sus brazos y sintió su pequeñita respiración, miró a los ojos de Andy y fue consciente de que tal vez, sin la ayuda que les había dado, ese bebé no estaría hoy allí. 

Daba igual el estado de su corazón. 

Su salud había servido para dar vida a la de un nuevo ser precioso. 

Le contaron que Evelyn estaba mucho más estable y que el bebé tenía muy buena salud. 

Y todo gracias a ella. 

El corazón comenzó a latirme más rápido. 

Tanto que comenzó a dolerle y un enfermero les pidió que saliesen. 

Pero antes de salir de la habitación, Andy se acercó hasta Sofía, le besó en la mejilla dulcemente y le susurró en el oído, “Vas a ponerte bien Yaya Sofía, tienes un nuevo nieto que te necesita”.

 

 

RELATO Nº 9. “SOFÍA, OMAR, PACO, LAURA Y ANDY” 

Ilustración y relato escrito por David Pallás Gozalo.

RELATO Nº 2: “MALENA”

 

Malena es una artista. 

Desde pequeña supo que de mayor quería estar debajo de la luz de los focos. 

Lo que no se imaginaba era el tipo de espectáculo al que se iba a dedicar. 

Malena vende sexo sobre el escenario. 

Cada noche, durante hora y media de espectáculo, se desnuda ante la mirada de decenas de personas. 

Cada noche, a partir de las 12, llena la sala “Luna Roja” de erotismo. 

Se desnuda y acaricia su cuerpo ante ojos desconocidos y almas buscando calor. 

Malena es muy sensual. 

Cada noche muestra su intimidad a quien paga por verla. 

El público la observa como si se tratase de una obra de arte. 

Su cuerpo, iluminado por los focos, y acompañado de sus delicadas caricias la convierten en la más bella escultura. 

Malena no finge sobre el escenario. 

Le gusta sentirse el foco de las miradas. 

Su cuerpo reacciona desde el momento en que se abre el telón. 

Siente que acaricia los rostros que la observan. 

Siente que sus labios rozan su piel. 

No distingue edades, ni sexo, ni belleza. Sólo existe para ella el vínculo de erotismo que cargan las miradas. 

Personaliza cada una de ellas en colores y se imagina su cuerpo teñido con el arco iris. 

Malena llega hasta el final cada noche. 

Lo hace tras caricias, bailes y juegos. 

Y clava sus ojos en ti para que sepas que ha llegado el momento. 

Malena es una artista. 

Se siente afortunada de poder vivir haciendo lo que ama. 

Ha nacido para ello. 

Y espera impaciente la siguiente sesión de las 12 para conectar contigo.

 

RELATO Nº 2. “MALENA” 

Ilustración y relato escrito por David Pallás Gozalo.

RELATO nº 4: “FATOU Y XIANG”

Fatou necesita cambiar de vida. 

Ha vivido atrapada en una jaula de sentimientos durante demasiado tiempo. 

Hace dos meses se divorció de su marido. 

Le quería mucho, pero sentía que no se era fiel a sí misma. 

Nunca habían saltado chispas en sus dedos al tocarse. 

Nunca habían ardido sus labios al besarse. 

Y no había sentido la necesidad de abrazar su cuerpo desnudo hasta caer rendida. 

Fatou ha decidido emprender un viaje. 

Físico y sobre todo mental. 

Siempre le atrajo la cultura oriental y piensa que China es el mejor lugar para hacerlo. 

Necesitaba huír de su antigua vida. 

Cogió todos sus ahorros, una sola maleta de ropa y se lanzó a la aventura. 

Tenía miedo de que todo saliese mal. 

Tenía miedo de perderse todavía más. 

Fatou está impresionada. 

Impresionada por las calles de China. 

Impresionada por su cultura. 

Impresionada por su gente. 

Pero sobre todo, impresionada por una persona. 

Xiang.

Esa joven le ha hecho perder la cabeza. 

Fatou siente que por fin es fiel a ella misma. 

Desde que conoció a Xiang dando una explicación en un museo. 

Sintió que el estómago se le volvía del revés. 

Que el tiempo se paraba y el resto de personas desaparecían. 

Sólo existía esa joven de piel blanquecina, con cabellos negros como la noche. 

Y entonces pensó que nunca había sentido algo así. 

Entoces pensó que estaba enamorada. 

Fatou es valiente. 

Y al acabar la explicación la siguió. 

Quería hablar con ella. 

Xiang se dio cuenta 

Se giró hacia ella y le hizo un tímido y dulce gesto con la mano para que la siguiera. 

Le siguió por numerosos y bellos pasillos del museo. 

Pero Fatou sólo tenía ojos para la acompasada y musical forma de caminar de Xiang. 

Fatou se encontró de pronto frente a Xiang. 

En una habitación pequeña, con luz ténue y rojiza. 

Rodeadas de obras de otros tiempos, de otras exposiciones. 

Sólo ellas y arte. 

Sólo belleza y arte. 

Y de pronto Xiang, sin pronunciar palabra, acercó sus labios a los suyos. 

Y los labios de ambas ardieron. 

Fatou sabe ahora lo que es la felicidad. 

Y sabe qué se siente al estar enamorada. 

Al sentir electricidad en la punta de sus dedos. 

Al quemarle los labios en cada beso. 

Y al sentir necesidad de abrazar un cuerpo desnudo hasta quedar rendida. 

Fatou lo sabe gracias a Xiang. 

Y juntas, acaban de emprender su viaje.

 

RELATO Nº 4. “FATOU Y XIANG” 

Ilustración y relato escrito por David Pallás Gozalo.

RELATO nº 6: “MANUEL Y CARMEN” 

Manuel conoció a Carmen con 16 años. 

Fue a la salida de un viejo cine de su pueblo. 

Era el otoño del 63, tras salir de ver Desayuno con Diamantes. 

Al acabar la película, pensó que no existía mujer con tanta belleza como Audrey Hepburn. 

Y de repente, su pecho recibió un dagazo. 

Caminando junto a su amigo Julián, sus ojos se encontraron con la figura de Carmen. 

Las palabras de Julián le llegaban como si estuviese bajo el agua. 

Y entonces pensó, “me equivocaba”. 

La mujer más bella del mundo se encontraba a sólo 10 pasos de él. 

Su pecho galopaba agitado. 

Y sin pensarlo más, le dio a Julián su chaqueta, sin siquiera mirarlo, y comenzó a caminar hacia Carmen. 

No recuerda lo que le dijo. 

Sólo sabe que esa noche la acompañó hasta su casa y se llevó un beso en la mejilla. 

Y a partir de ese día todos los ratos libres que tenía los pasaba con ella. 

Hasta que unos días después, en el baile del pueblo vecino, se dieron su primer beso. 

Y en ese momento fue consciente de que ya no podía vivir sin ella. 

Desde entonces, no ha habido un día que no hayan pasado juntos. 

Se necesitan, se aman y se desean. 

Con sus 74 años él y sus 72 años ella, no han perdido la chispa de su amor. 

Después de 55 años juntos, siguen viendo a su pareja como la persona más bella del mundo. 

Cada semana, siguen haciendo el amor 2 ó 3 veces. 

A Manuel no le hacen falta pastillas para estar a la altura. 

El cuerpo de su mujer es más que suficiente para encenderlo. 

Y no sólo el cuerpo. 

Cuanto más se han ido conociendo a lo largo de los años, más les gusta el otro. 

Parte del deseo viene dado por sus personalidades, por sus sentimientos. 

Hacer el amor no sólo es tener sexo para ellos. 

Es la forma más elevada de demostrarse lo que se aman. 

Es el momento en el que más unidos se sienten. 

Y esa sensación la necesitan para vivir. 

Cuando Manuel mira a Carmen, sigue viendo a aquella joven tímida que salía del cine esa  bonita noche de noviembre. 

No ha cambiado nada. 

Bueno sí, ha mejorado. 

Y a Manuel le sabe mal no recordar cuales fueron sus primeras palabras. 

Los nervios del momento borraron todo de su memoria. 

Y siempre le ha dado vergüenza preguntárselo, por si hizo el ridículo. 

Pero Carmen se acuerda muy bien. 

Tiene el recuerdo tan nítido como si fuese ayer. 

Y cada vez que mira a los ojos a Manuel, recuerda a ese joven con rostro sonrojado por la vergüenza, que se acercó a ella decidido y le dijo: 

“Hola… Perdona si te molesto, pero creo que estoy perdido… Hasta ahora creía que estaba enamorado de Audrey Hepburn, pero después de verte a ti, creo que no voy a ser capaz de enamorarme de nadie más…”

 

RELATO Nº 6. “MANUEL Y CARMEN” 

Ilustración y relato escrito por David Pallás Gozalo.

RELATO nº 8: “LUCÍA Y SANDRA” 

Lucía quiere ser madre. 

Desde muy chiquitita se le ha bombardeado con la idea de que una familia sólo es familia si hay un papá y una mamá. 

Eso comenzó a causarle mucho dolor en su adolescencia. 

Al empezar a darse cuenta de que lo que sentía no era lo que todo el mundo daba por hecho que debía sentir. 

Al comenzar a sentir que si algún día existía esa familia, sólo se imaginaba criando a su peque con otra mamá. 

Porque Lucía, desde muy joven, tuvo claro que quería ser mamá. 

¿Pero cómo iba a hacer eso? 

Ella sólo escuchaba que para el bebé algo así era traumático y anti-natural. 

No quería hacer infeliz a la personita que más deseaba tener. 

Y los años fueron pasando e intentó mantener relaciones con hombres que la dejaban completamente vacía. 

Que le hacían sentir que estaba viviendo una mentira. 

Pero un bebé necesita un papá y una mamá, eso le decían. 

Hasta que llegó un día en el que cayó en una tremenda depresión. 

Y conoció a Sandra. 

Cuando se dio cuenta de que no podía soportar más la angustia, decidió pedir ayuda profesional. 

Con los nervios queriendo escapar como un grito por cada poro de su cuerpo, entró en la consulta. 

Y allí le esperaba Sandra, con su mirada serena y una sonrisa que le hizo relajar todo su cuerpo. 

Desde su primera sesión, Lucía sintió una conexión muy profunda entre las dos. 

Sandra apenas hablaba, pero con uno sólo de sus gestos la inundaba de calma. 

Era capaz de contarle todo lo que le preocupaba. 

Lo más íntimo. 

Sandra fue la primera persona a la que le dijo que creía que era lesbiana. 

Y que quería ser madre. 

Las sesiones fueron pasando y Lucía sentía que cada encuentro con Sandra le hacía sentir mejor. 

Pero la sensación cada vez duraba menos y necesitaba verla con más frecuencia. 

Hasta que un día, al llegar a la consulta, Sandra le dijo que no iba a poder atenderla más. 

Lucía se sorprendió llorando instantáneamente ante esas palabras. 

Y Sandra acalló su llanto con un beso en sus labios. 

“Quiero cuidar de ti desde dentro de tu corazón. Ahora que ya no eres mi paciente, ¿me dejarás curar tus heridas?”, le dijo Sandra. 

Y así comenzó su historia de amor. 

La primera historia de amor de verdad de Lucía. 

Y todo era perfecto. 

Salvo porque Lucía quería ser madre. 

Y tenía la cabeza tan contaminada con pensamientos arcaicos que no podía plantearse la idea estando con Sandra. 

Alguna vez salía el tema tímidamente, pero Lucía sólo se echaba a llorar y Sandra tenía que desistir. 

Una mañana, Sandra no fue a trabajar y le dijo a Lucía que se vistiese, que tenía que enseñarle algo. 

Lucía, intrigada le siguió hasta un local de una pequeña calle. 

Ahí conoció a padres y madres homoparentales que le contaron sus historias y que incluso le presentaron a sus hijos. 

Para Lucía, que le costaba un mundo simplemente besarse con Sandra delante de gente, supuso un choque tan fuerte que era incapaz de pronunciar palabra. 

Eran familias felices con peques que parecían tremendamente alegres. 

¿Era posible? ¿Había estado toda la vida engañada? 

Y mientras se hacía esa pregunta, una niña de unos 6 años que parecía un duendecillo, se acercó hasta ella, sonriendo, y le dijo, “¿Vais a tener un bebé como mis mamás? Mi tato y tu bebé podrán jugar juntos y yo puedo cuidarles, que la profe me dice que soy muy lista y que puedo ser lo que quiera.” 

Lucía sonrió y no le hizo falta responderse a la pregunta. 

“Sí, vamos a tener uno”, dijo mirando a Sandra y cogiendo su mano, “y claro que podrás cuidarles, seguro que lo haces genial”. 

Han pasado los meses, y Lucía espera una pequeña por medio de la fecundación In Vitro.

Sandra cada noche antes de dormir besa la barriga de Lucía. 

Ese es el momento del día preferido de Lucía. 

Es como haber comenzado ya su vínculo familiar. 

Las tres unidas por un beso. 

Un beso que demuestra todo el amor que recibirá esa pequeña. 

Porque una familia no depende de los integrantes de ella. 

Nunca ha sido así. 

Una Familia, depende única y exclusivamente del amor que se dé y del cuidado que hay en ella. 

Y ahora, Lucía lo sabe. 

Y sonríe.

 

RELATO Nº 8. “LUCÍA Y SANDRA” 

Ilustración y relato escrito por David Pallás Gozalo.

RELATO nº10: “CARMEN” 

Carmen tiene un sueño desde niña. 

No es un sueño sencillo. 

Pero ella no es de las que se rinden a la primera. 

Desde pequeña tuvo claro que quería ser médico. 

Quería salvar vidas. 

Quería tal vez, resucitar a su madre. 

Cuando ella era niña, no había los medios que hay ahora. 

Desde muy chiquitita, su padre las abandonó en un mundo despiadado lleno de deudas y hambre. 

Su madre era una luchadora. 

Pero cayó en mitad de la batalla. 

Puede que no fuese el trabajo que una madre soñase mostrar a sus hijos. 

Pero era lo único que pudo conseguir para llenar el plato de comida de su hija. 

Cada noche, Carmen veía como por la puerta de su casa entraban hombres repugnantes que hacían llorar a su madre. 

Había noches que su madre ocultaba su rostro repleto de moratones. 

Pero Carmen, cuando su madre caía rendida de agotamiento, le ponía hielo y pomadas por las heridas, con tan solo 6 años. 

Le gustaba quedarse dormida abrazada a ella, sin que se enterase. 

Sentía que así la protegía del dolor. 

Pero no la pudo proteger de todo. 

Uno de los tantos clientes que pasaban por ahí, tal vez varios, le transmitió el VIH. 

Para cuando quiso darse cuenta, su sistema inmunológico estaba hecho trizas. 

Y no eran los tiempos de ahora. 

Le tocó vivir el comienzo de una enfermedad desconocida para la que no se planteaban tratamientos útiles. 

Con 8 años, Carmen tuvo que llamar a una ambulancia al ver que su mamá no se despertaba, sentada junto a la mesilla de su cama. 

No recuerda ni qué fue capaz de decir. 

Cuando la ambulancia llegó, encontraron a Carmen abrazada a su madre. 

Una parte de ella pensaba que podía salvarla. 

Que si la abrazaba fuerte, como todas las noches, la protegería del abismo de la muerte. 

Nunca se perdonó no poder hacerlo. 

Recuerda como si de una película de cine mudo se tratase, que varias personas entraron corriendo en la habitación de su madre. 

Alguien la cogió en brazos y entonces se durmió. 

Lo siguiente que recuerda es despertarse junto a unos tíos suyos que no había visto nunca. 

No se portaron mal con ella. 

La criaron y alimentaron. 

La quisieron. 

Y Carmen a ellos. 

Pero nunca les perdonó, aunque no se lo dijo, que no fuesen a rescatarlas antes de lo que ocurrió. 

Su mamá debía ser rescatada. 

Y nadie le ayudó. 

No hubo príncipes, no hubo brujas ni dragones. 

Y ella no tenía poderes ni era una heroína. 

La única heroína que había existido era su madre, que se dejaba devorar cada noche por monstruos para proteger a su pequeña. 

Y en esas noches que la curaba de sus mordiscos, comenzó a elaborar su sueño de salvar vidas. 

Y cada noche se hacía más fuerte. 

Cuando aquella noche fue arrebatada del abrazo del cuerpo sin vida de su madre, sintió que no había otro camino. 

Salvaría a personas, ya que a su madre no pudo. 

Creció y se convirtió en una importante doctora especializada en hematología. 

Siempre que podía iba a conferencias sobre las ETS. 

Y tenía un sueño. 

Que todas las generaciones pudiesen tener acceso a información sobre las enfermedades de transmisión sexual. 

Y luchando, consiguió sacar un interesante proyecto adelante. 

Unas jornadas en centros de distintas ciudades, para familias. 

A ellas podían acudir padres con sus hijos, abuelos, adolescentes… 

La idea era formar una educación sexual desde una edad temprana hasta cualquier edad. 

La información así por fin podría correr de unos a otros. 

Y así dejarían de ocurrir casos tan dolorosos como el de su madre. 

El proyecto se aprobó. 

Y su primer día fue todo un éxito. 

El aula estaba repleta de personas de todas las generaciones. 

Personas activas que preguntaban dudas. 

Que se implicaban. 

Que deseaban aprender. 

Carmen orgullosa, explicaba para todos. 

Y entonces, su sangre se congeló. 

Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. 

Un aroma familiar que nunca había olvidado impregnó la sala. 

El perfume de su madre. 

De repente fue como si el tiempo se parara. 

Y entonces sintió como si unos brazos la rodeasen. 

Como cuando ella rodeaba a su madre mientras dormía. 

Pero esta vez era su madre quien la protegía. 

Y algo crujió dentro de ella. 

Carmen tenía un sueño desde niña. 

Y hoy lo había conseguido. 

Con la piel de gallina, y sonriendo, miró a un punto al fondo de la clase. 

Miraba algo que sólo ella veía. 

Se contuvo las lágrimas y respiró profundamente. 

Ahora sabía que en cierta forma había salvado a su madre. 

Y ella se lo agradecía. 

Frente a Carmen, con una belleza que ningún monstruo había arrebatado, se encontraba de pie su madre, observándola. 

Sus ojos estaban enjuagados en lágrimas. 

Pero era feliz. 

Durante ese instante volvían a estar juntas. 

Y habían vencido al mundo. 

Al dolor. 

Porque se habían salvado la una a la otra.

 

 

RELATO Nº 10. “CARMEN” 

Ilustración y relato escrito por David Pallás Gozalo.

RELATO nº 11: “DANIEL” 

La vida de Daniel ha dado un giro de 180º. 

Desde hace unos meses, se está reconstruyendo. 

Se está reencontrando. 

Se está conociendo de nuevo. 

Daniel tiene 32 años. 

Los últimos ocho años de su vida los ha vivido con Víctor. 

Ese muchacho de cabellos castaños que le había robado su primer beso, a la salida del cine de su primera película juntos. 

Ese muchacho que le había regalado una cadena con un corazón abstracto que él mismo había diseñado. 

Ese muchacho al que amaba sin límites y con el que quería estar para el resto de su vida. 

Hasta hace tan sólo unos meses. 

Después de todos esos años juntos, se dio cuenta de que su pareja no le quería tanto como aseguraba. 

Una tarde consiguió salir antes del trabajo y fue a dar una vuelta por el parque. 

Allí se encontró a Víctor, sentado en un banco. 

Besándose con otro chico. 

Daniel permaneció durante varios minutos inmóvil, observando. 

Llorando en silencio sin apenas darse cuenta. 

No se acercó. 

No les dijo nada. 

Simplemente se dio la vuelta y comenzó a caminar con paso lento hacia ninguna parte. 

Escuchando las melancólicas melodías de Yann Tiersen en sus auriculares. 

Vagando sin rumbo y con la cabeza saturada de un zumbido ensordecedor. 

Al cabo de unas horas volvió a casa y se encontró con un amable y sonriente Víctor. 

Esa noche hicieron el amor. 

Y a Daniel, entre lágrimas, le supo a despedida. 

Cuando Víctor se durmió, se duchó una, dos y hasta tres veces.

Se sentía sucio, utilizado. 

Hasta ese momento creía conocer a su novio más que a sí mismo. 

Y de repente tenía ante sus ojos a un extraño que dormía plácidamente a su lado después del crimen. 

Pasaron los días y Dani intentaba salir cada día antes del trabajo para pasar por el parque, por aquel banco escondido entre los árboles. 

Y allí estaban siempre. 

Pero Dani no sentía odio. 

Sentía dolor. 

Veía al Víctor que creía que conocía, dedicando caricias que sólo creía suyas. 

Le miraba y descubría en él una sonrisa que hacía tiempo que no veía en su rostro. 

Con él ya no era feliz. 

Pero le veía con aquel joven rubio y descubría de nuevo a la mejor versión de Víctor. 

Se le veía enamorado. 

Se le veía hasta más guapo. 

Daniel cada día llegaba  más tarde a casa. 

Fingía que no ocurría nada y se quedaba trabajando hasta tarde para evitar el contacto físico con Víctor. 

No quería sentir que las caricias con él eran distintas. 

Que con él no saltaban las chispas que presenciaba cada tarde en el parque. 

Pasaron varias semanas, y una tarde se pidió el día libre en su trabajo. 

Cuando Víctor y aquel joven llegaron de la mano hasta su banco de siempre, se encontraron a Daniel, sentado en él, esperando. 

Los ojos de Daniel estaban inyectados en sangre de tanto llorar. 

Rebosaban lágrimas de ellos. 

Víctor se quedó blanco y soltó instantáneamente la mano de aquel joven. 

En un segundo lo comprendió todo. 

Dani se aproximó a él y le besó. 

Cómo escocía el contacto de esos labios. 

Daniel agarró la mano de Víctor. 

Con delicadeza posó algo en su interior y se la cerró. 

Víctor le miró consciente de su final, llorando. 

“Esto ya no me corresponde guardarlo a mí. Ya no es mío.”, le susurró Daniel. 

Daniel miró a los ojos de Víctor y sintió que se iba a derrumbar. 

Sintió que pese a todo, Víctor le quería. 

El amor había mutado a cariño, pero existía. 

Pero no podía conformarse con un espejismo. 

Acarició la mano de Víctor y le dijo antes de comenzar a marcharse, mirando a aquel joven rubio que le acompañaba y que no sabía ni dónde mirar: “No te guardo rencor. Nos merecemos tener una historia de amor real, aunque sea por separado… Sed muy felices”. 

Y comenzó a caminar, sin dar tiempo a que Víctor dijese nada. 

Víctor abrió la mano, sabiendo qué se iba a encontrar. 

Y ahí estaba, el corazón abstracto que un día le había diseñado. 

Ya no era suyo, ahora correspondía a otra persona. 

Y Víctor se echó a llorar desconsoladamente mientras veía alejarse a Daniel, arrastrando los pies. 

Fue muy duro. 

Ese mismo día se marchó de casa. 

Y comenzó una nueva etapa. 

Con noches repletas de ansiedad y lágrimas. 

De pesadillas que eran más bonitas antes de despertar. 

Pasaban las semanas y Daniel sentía que jamás iba a poder olvidar a Víctor. 

Hasta que un día se dio cuenta de que no tenía por qué hacerlo. 

Olvidar significaba perder una parte de sí mismo, una parte de su vida. 

A los casi cuatro meses de noches de lágrimas y dolor se dio cuenta de eso. 

Sólo tenía que transformar esos recuerdos dolorosos en una parte de él.

Y seguir adelante. 

Y así comenzó a atreverse a salir por las noches. 

A afeitarse, a arreglarse para salir de casa. 

A dejarse sorprender por la mirada de algún chico. 

Por una sonrisa. 

Y Daniel tenía claro que no quería una historia de amor. 

No en esos momentos. 

En su corazón todavía estaba muy presente Víctor y no quería dos almas peléandose dentro de él. 

Así que comenzó una etapa en la que decidió sólo divertirse. 

Conocerse mejor. 

Y dejarse conocer. 

Y descubrió que no estaba mal, que salir y conocer personas le hacía sentir mejor. 

Le hacía subir su maltrecha autoestima. 

Pues tenía mucho éxito y no le faltaban pretendientes. 

Y Daniel era muy claro con todos. 

No estaba en el momento de tener nada serio con nadie. 

Poder disfrutar del sexo y del cariño de alguien sin esperar nada más era reconfortante. 

Pero eso lo tuvo muy claro desde el principio, siempre con protección. 

Daniel se escandalizaba cuando veía el poco cuidado que tenían algunos. 

“Me corta el rollo”, “Yo no tengo nada tío, tranquilo”, “Es que así siento menos”… 

Eran frases y excusas que le había tocado escuchar para no ponerse condón. 

Pero Daniel siempre se negaba. 

Él quería divertirse, pero sin condón se acababa la diversión. 

Y no estaba dispuesto a ello. 

No iba a fastidiar su nueva vida. 

Y no sabía si alguno de los chicos que estaba conociendo sería el que por fin le tocase de nuevo el corazón. 

Sabía que de momento quería ser consciente de que podía acariciárselo y mimárselo él mismo. 

Y curarle sus heridas. 

Y tal vez, cuando su corazón esté sanado y fuerte, pueda ser sorprendido de nuevo por alguien que esté dispuesto a entregarle el suyo. 

Pero de momento, Daniel ha decidido ser libre. 

Disfrutar de su sexualidad. 

Y ser consciente de todo lo que vale. 

Y quién sabe, con el tiempo, tal vez le sorprendas tú… 

 

RELATO Nº 11. “DANIEL” 

Ilustración y relato escrito por David Pallás Gozalo.

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